Hoy, en mi clase de Psicología de 2º de Bachillerato, con los alumnos he trabajado el poder que tienen las palabras que nos decimos a nosotros mismos y cómo estas influyen directamente en nuestra conducta y en nuestros resultados.
Los alumnos en ocasiones se dicen a sí mismos mensajes del tipo: “no puedo aprobar matemáticas”, “no puedo concentrarme”, “no puedo con esto”. Frases que, repetidas una y otra vez, acaban convirtiéndose en rumiaciones. Para externalizar estos mensajes, con el fin de hacerles visibles y generar un menor impacto emocional, se escribieron y se “quemaron”, como forma de romper con creencias que nos bloquean y no nos permiten pasar a la acción.

A partir de ahí mis alumnos de manera individual reflexionaron sobre lo que tendrían que cambiar para que su situación fuera diferente: pequeñas decisiones que pueden tomar, hábitos o actitudes que se pueden modificar. El “no puedo” lo transformaron en un “qué puedo hacer” y en frases más realistas y activas como “puedo intentarlo de otra manera”, “puedo pedir ayuda” o “puedo empezar poco a poco”. El objetivo no era negar la dificultad, sino pasar de la queja a la acción.


















La actividad se reforzó con una pequeña recompensa: un bombón para cada alumno, recordando que el aprendizaje y el cambio también pueden asociarse a experiencias que son gratificantes para nosotros. En Psicología sabemos que cuando una conducta va acompañada de un refuerzo agradable, aumenta la probabilidad de que se repita.

La moraleja es clara: cambiar la forma en la que te hablas cambia la forma en la que actúas, y pasar a la acción, aunque sea dando pasos pequeños, veras como muchas situaciones difíciles empiecen a ser más manejables.
